viernes, 11 de abril de 2014

¿De dónde vienen las historias?

Palabras de Ricardo Chávez Castañeda,
autor del nuevo libro Todas las botellas y todos los mares del mundo:


¿De dónde vienen las historias?

De la vida, de vivir, de estar vivos.
Por eso ustedes se cuentan lo que les sucede cada día. Y ustedes las buscan en sus amigos, en sus padres, en la gente, en el cine, en la televisión, en las fotografías, en los videos, pero principalmente las encuentran sin buscarlas en ustedes mismos, las historias.
Y nos las damos unos a otros quizá como el campo da flores, sin saber que lo hacemos.
Nos ayudamos a vivir.
El 19 de septiembre de 1985 hubo un terremoto en la ciudad de México. Fue una tragedia. Del suelo no dejaban de salir muertos y malas historias. Historias para llorar a pesar de que la gente se olvidó de todo por ayudar y por tratar de contener así la desgracia. En cada época humana ha habido pueblos que pierden así la cabeza. Por enfrentar la catástrofe hacen lo inimaginable: ha habido multitudes que, deteniéndose en el camino que llevaba hacia su ciudad, trataron de desviar el curso de ríos desbordados, de las epidemias, de las rojas y burbujeantes corrientes de lava. Gente osada y loca que casi siempre murió en el intento de atajar la muerte. ¿Por qué? Acaso porque en una época trágica, colmada de pérdidas, necesitamos que algo bueno suceda para recuperar las ganas de vivir. Acaso por eso, tres semanas después del terremoto, los habitantes de la ciudad de México continuaban una búsqueda que parecía infructuosa, arriesgándose a enfermar o a sufrir un accidente cuando las edificaciones seguían viniéndose abajo, pero sobre arriesgándose a continuar hundiéndose en la desolación, porque lo único que extraían de los escombros eran más muertos y más malas historias.
Sin embargo, sucedió lo inesperado. Cuando era científicamente imposible pensar en sobrevivientes –nadie podría haber resistido casi tres semanas en un sufrimiento así: enterrado vivo, sin comida, sin agua, sin ninguna esperanza de la cual asirse–, extrajeron a uno, ¡a un  sobreviviente!, y luego a otro y a otro y a otro. Un hospital se había venido abajo y de allí estaban sacando a los vivos. De la sección de maternidad. ¡Bebés! Casi veinte criaturas recién nacidas que brotaban del suelo como un milagro con la buena historia de que a veces la muerte no puede con la vida, de que en ocasiones la ilusión, la inocencia, la ingenuidad, la ignorancia y la incomprensión son lo único que tenemos para mantenernos vivos, que quizá en épocas de desdicha no nos queda sino levantar una falsa esperanza hecha de ilusión, ganas de ignorar las ruinas, ingenuidad, ganas de no comprender la muerte, e inocencia antes de ponernos a levantar de nuevo la ciudad caída y recoger así nuestras vidas hechas pedazos con la buena historia de que se puede, ¿sabes?, se puede, claro que sí.


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